Malditos fantasmas del pasado

Un día vas por la calle, tan tranquila, como siempre o tan rápida, como tantas otras veces. De repente, con el corazón volcado dándote martillazos en alguna parte de tu caja torácica, ves a ese fantasma. No es más que un fantasma, no intentes cambiarlo. Se acercará, porque ninguno de los dos puede cambiar ya su rumbo, se acercará, más y más, te saludará, pasará de largo y no quedará nada. Nada, claro, salvo una cascada de alegría y mala leche, de recuerdos sepultados que, como una nube de polvo, se elevan de la mente, revoloteando por el corazón, hasta que de nuevo vuelvan a posarse, probablemente no dentro de demasiados minutos.

Mientras pasan, lentos, buscas el punto de inflexión donde todo cambió. No sigas. No vas a encontrarlo. Limítate a olvidar, deja que la nube vuelva a sepultarse, por muy rebelde que sea. Afortunadamente, hay demasiadas culturas donde elegir hacer un descanso, tantas que en una sola vida no las vivirás todas, por más que corras.

Las personas pasan y no vuelven. Cada época, cada etapa, da un color a la vida pero no deja de ser eso: una etapa más. Al final, cuando llegas a la meta de la vida, el premio que consigues es un corazón formado por miles de corazones, miles de risas y miles de llantos.

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