Soledad multitudinaria

Esta mañana iba en el metro. Como siempre, el vagón estaba hasta arriba, lleno de gente a la que no conozco, actuando como un simple escenario en el que me muevo, que es mi vida. Frente a mi, la protagonista de este artículo: una niña de un año, más o menos. La acompañaban sus abuelos. ¿O era ella quien les hacía compañía? Los 3 sentados: unos en las butacas de plástico, la otra en su carrito, terriblemente sola en la mitad del pasillo. Por alguna extraña razón, un bebé siempre es un buen punto en el que fijar la vista cuando te encuentras en un lugar cerrado, concurrido de gente y en el que apenas puedes moverte, como son los medios de transporte. Ha llegado un momento en que el paisaje, huyendo por la ventana, se ha convertido en una liberación a la tensión de no poder mirar a una persona que se encuentra a menos de un metro frente a ti. Puedes estar oliendo el sudor de todo el día del currante que vuelve a su casa, pero no le mires a los ojos, quizá te conviertas en persona. No sonrías, quizá crea que te burlas. Simplemente, busca un punto y no le quites los ojos de encima hasta que debas bajarte...simplemente, mira al bebé. Por alguna otra extraña razón, la pobre criatura, a falta de público, se ha puesto a llorar, de manera que a partir de un determinado momento, ha tenido a todo el vagón pendiente de ella. Sin paisaje, bajo tierra, que mejor para distraer los ánimos que una personita rompiéndose la garganta para demostrar su existencia...un ser humano, gritando a pleno pulmón...y el único caso que recibe son miradas. Intenté leerlas. La primera ojeada, por lógica, recalló sobre sus familiares. Siempre he criticado a las personas que ceden a la mínima frente a los lloriqueos de sus niños pero, de ceder, a esa mirada de total indiferencia, como si fuera lo más normal del mundo que un bebé se pase más de cuatro estaciones dando berridos en un vagón abarrotado, van varios mundos.
Imagina que algo te duele. Físico, sentimental...algo, lo que sea. Estás rodead@ de gente, como tu, seres de la misma especie. Das gritos entre la multitud y nadie, NADIE te hace caso. Simplemente te miran, porque...al fin y al cabo, aún tendrás muchas cosas que aprender, no eres más que alguien que aún no sabe casi nada. Así que ves miradas tristes, como diciendo "pobre..."; miradas de curiosidad, intentando averiguar que te sucede pero sin acercarse para preguntar y, por supuesto, entre otras muchas, miradas de odio, por estar perturbando la tranquilidad y el silencio obligado de las personas civilizadas que van y vuelven de los sitios. Un silencio que tan solo puede ser roto por alguna conversación que dará entretenimiento a todo el que tenga acceso a escucharla o por el chirriante traqueteo sobre la via.Con tan sólo mover unos centímetros una mano, esa chica podría haberte acariciado. ¿Suena impúdico? En cualquier manada de animales, al ver que uno sufre, otros intentan hacer algo...somos tan avanzados en la evolución, tan SUPERIORES, que no nos es necesario porque ¿qué sería de nosotros si nos convirtiésemos en humanos?